Por qué aparece un nuevo volcán en La Palma

La historia reciente de una isla aún en formación

Con tan solo tres millones de años, La Palma aún se encuentra en una etapa activa de formación. Esto explica que la isla experimente una actividad sísmica frecuente y que se lleven registrando erupciones volcánicas desde el siglo XVI, época a la que se remontan las primeras crónicas en el archipiélago.

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Para entender qué pasó en la erupción volcánica de La Palma de 2021, primero hay que conocer su contexto geológico. La Isla Bonita es una de las más jóvenes del archipiélago canario y aún está en una etapa activa de formación. Como el resto de sus hermanas, es de origen volcánico con algunos registros sedimentarios y paleontológicos.

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En La Palma no se había registrado nada relevante desde la erupción del Teneguía, en 1971. Sin embargo, este nuevo volcán se venía gestando desde hacía cuatro años, cuando se detectaron un enjambre de terremotos y con una reactivación de la actividad sísmica a principios de septiembre de 2021.

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El 11 de septiembre de 2021 fue el día en el que se empezaron a vincular los movimientos sísmicos con el ascenso de magma bajo la superficie, los cuales ya estaban empezando a originar una débil deformación del terreno. Este fenómeno, sin embargo, no siempre debe ser tomado como sinónimo de erupción.

Los primeros temblores se originan por la fracturación del terreno a causa del empuje del magma. Por eso, cuando la detección de los hipocentros de los terremotos pasó de los 20 kilómetros de profundidad a tan solo unos pocos kilómetros se supo que el magma ya estaba próximo a la superficie aunque, aún con estas mediciones, no es posible predecir cuándo brotaría.

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El fenómeno también fue captado por los satélites y GPS ubicados en la isla, permitiendo corroborar una deformación en la vertical de hasta 15 centímetros entre las regiones de Jedey y El Paso: otra señal más de la existencia de magma próximo a la superficie.

La presión ejercida por la lava terminó por fracturar la superficie, lo que liberó columnas de gases volcánicos y piroclastos. Tras estos, emanaron las coladas en bloques, masas de lava a una temperatura de entre 1.000 y 1.200 ºC capaz de vencer a todo lo que se encontraba a su paso.

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Al contrario de la imagen que todos tenemos en la cabeza de un volcán con un solo cráter, las erupciones en las Islas Canarias suelen ser fisurales. Así ha sido a lo largo de la historia y también es el caso de la última que tuvo lugar en La Palma. Este tipo de erupciones se definen por la aparición de fracturas en distintos puntos del terreno previo y por las cuales empiezan a emanar gases y lava.

Originalmente, en los momentos de mayor actividad, el volcán tuvo hasta 15 centros de emisión funcionando de manera simultánea. Cuatro de ellos se mantuvieron activos durante casi toda la erupción. El 1 de octubre, cerca de la boca principal, se abrieron otras, llegando entonces la cifra hasta 14. Y aunque no todas fueron consideradas activas ni de igual riesgo, tampoco se descartó en ningún momento la aparición de nuevas, ya que el cambio era constante.

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La actividad volcánica de las Islas Canarias está permanentemente monitorizada. Esto permitió que durante la erupción se pudiera llevar a cabo un seguimiento a tiempo real de procesos como la sismicidad, el volumen, tipo y temperatura de lava expulsada, la deformación del terreno, la cantidad y composición de los gases emitidos, el material piroclástico y su dispersión, la velocidad y composición química de las coladas y la composición de la atmósfera, el crecimiento submarino de los deltas de lava y la composición del agua del mar, así como la afección a las aguas subterráneas, a la biodiversidad y a los suelos, entre otros.

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Unos grandes protagonistas en este seguimiento han sido los drones que, por primera vez, han sido empleados en una emergencia volcánica en nuestro país. Sus imágenes no solo han permitido ver y estudiar el fenómeno más de cerca, sino que también han reducido el riesgo para intervinientes y afectados.

Los movimientos sísmicos asociados a la erupción fueron un factor clave para entender el comienzo, el desarrollo y el final de la erupción. Algo que se logró gracias a un cableado de fibra óptica, que permitió transmitir las señales rápidamente al Instituto Geográfico Nacional (IGN) y al Instituto Volcanológico de Canarias (Involcan).

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A día de hoy, cientos de científicos y profesionales siguen trabajando para que La Palma siga siendo ese lugar mágico donde encontrarse. Una isla fascinante que, a pesar de las erupciones, no ha perdido ni un ápice de su belleza natural y en la que, además de fenómenos volcánicos únicos, es posible disfrutar de una rica cultura y gastronomía, una naturaleza sorprendente y unos cielos nocturnos llenos de estrellas que han hecho que La Isla Bonita sea declarada como Reserva de la Biosfera en su totalidad.

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Agradecimientos a la Dra. Juana Vegas Salamanca, Coordinadora del Grupo de Investigación en Patrimonio y Geodiversidad del Instituto Geológico y Minero de España (Consejo Superior de Investigaciones Científicas) por la información de este artículo.